miércoles, 29 de octubre de 2025

Los temores

Los temores son como sombras que nos siguen: cambian de forma según la luz, se agrandan cuando miramos demasiado fijamente y, a veces, nos impiden movernos. No son malos por sí mismos —cumplen una función—: nos advierten, nos protegen de riesgos reales y nos llaman a preparar una respuesta. El problema aparece cuando la alerta se queda encendida, cuando la sombra decide quedarse a vivir en la habitación.

Miedo y timidez, ansiedad y precaución: hay una familia entera dentro del concepto “temor”. Algunos temores vienen de experiencias pasadas; otros, de historias que nos contaron o de comparaciones con los demás. A veces son prácticos (no cruzar una calle sin mirar), y otras veces irracionales o desproporcionados, funcionando más como frenos que como señales útiles.

¿Qué podemos hacer frente al temor?

  1. Nombrarlo. Decirlo en voz alta —“tengo miedo a equivocarme”, “me preocupa hablar en público”— reduce su poder. Al ponerle nombre, describimos la sombra y empezamos a distinguirla de nosotros.

  2. Mirarlo con curiosidad, no con juicio. Preguntarnos: ¿desde cuándo lo siento?, ¿qué me dice exactamente?, ¿qué probabilidad real tiene aquello que imagino? Muchas veces descubrimos que la amenaza que pinta nuestro temor es una exageración o una suposición sin evidencia.

  3. Pequeños pasos. El coraje no es la ausencia de miedo, sino actuar a pesar de él. Hacer una lista de pasos mínimos y alcanzables —uno por día, por semana— desactiva la parálisis y crea evidencia de que podemos avanzar.

  4. Reenmarcar la experiencia. Fallar no es sinónimo de catástrofe; es información. Cada error nos devuelve datos para mejorar. Cambiar “si fallo, fracaso” por “si fallo, aprendo” transforma la expectativa.

  5. Cuidar la voz interna. El criticismo feroz alimenta el temor. Practicar la autocompasión —hablarse como se hablaría a un amigo— reduce la intensidad del miedo y mejora la disposición a intentar.

  6. Buscar sostén. Compartir el temor con alguien de confianza lo hace más manejable. Si el miedo es paralizante o persistente, pedir ayuda profesional es un acto de fortaleza, no de debilidad.

Los temores no se eliminan por decreto. Se gestionan, se comprenden y, con práctica, dejan de controlar nuestras decisiones. En el otro extremo del miedo suele esperarnos algo valioso: una oportunidad para crecer, para conocer nuestros límites y para redibujar nuestras prioridades.

Cierra los ojos un momento y recuerda una vez que actuaste con temor y, aun así, saliste adelante. Esa experiencia existe: ancla la memoria y te recuerda que eres capaz. Cada pequeño paso cuenta; con ellos, la sombra pierde tamaño y la vida recupera su espacio.

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