La alegría es una semilla que crece mejor en compañía. Cuando sentimos algo bueno y lo guardamos en solitario queda pequeño; al entregarlo —una sonrisa, una conversación, un gesto— esa energía se expande y vuelve enriquecida: el receptor la siente, la devuelve o la transforma, y entre ambos se crea algo nuevo, mayor que la suma de las partes.
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