El sufrimiento animal nos interpela de una manera íntima y muchas veces incómoda: nos obliga a mirar lo que preferiríamos ignorar, a escuchar sin traducir en palabras humanas el dolor que ocurre a nuestro alrededor. No es sólo una cuestión de compasión individual: es un espejo que devuelve cómo organizamos la economía, la ciencia, el ocio y la vida cotidiana.
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