sábado, 1 de noviembre de 2025

Los últimas horas de Jesucristo

  La oración sacerdotal de Jesús | Juan 17:1-26

Estas cosas habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a Ti, por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano, para que Él dé vida eterna a todos los que le has dado.

»Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera. Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera.

»He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste; eran Tuyos y me los diste, y han guardado Tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado viene de Ti; porque Yo les he dado las palabras que me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de Ti, y creyeron que Tú me enviaste.

»Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son Tuyos; y todo lo Mío es Tuyo, y lo Tuyo, Mío; y he sido glorificado en ellos.

»Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y Yo voy a Ti. Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Cuando Yo estaba con ellos, los guardaba en Tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera. Pero ahora voy a Ti; y hablo esto en el mundo para que tengan Mi gozo completo en sí mismos.

»Yo les he dado Tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.

»Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad.

»Pero no ruego solo por estos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en Mí y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste.

»La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno: Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que Tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a Mí.

»Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Oh Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, Yo te he conocido, y estos han conocido que Tú me enviaste. Yo les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y Yo en ellos».


La agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní | Mateo 26:36–46; también Lucas 22:39–46

Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a Sus discípulos: «Siéntense aquí mientras Yo voy allá y oro». Y tomando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen junto a Mí».

Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras». Entonces vino* Jesús a los discípulos y los halló durmiendo, y dijo* a Pedro: «¿Conque no pudieron velar una hora junto a Mí? Velen y oren para que no entren en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».

Apartándose de nuevo, oró por segunda vez, diciendo: «Padre Mío, si esta copa no puede pasar sin que Yo la beba, hágase Tu voluntad». Vino otra vez Jesús y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño. Dejándolos de nuevo, se fue y oró por tercera vez, y dijo otra vez las mismas palabras. Entonces vino* a los discípulos y les dijo*: «¿Todavía están durmiendo y descansando? Vean, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Miren, está cerca el que me entrega».


Las horas siguientes fueron agónicas. Comenzando antes de las 6 de la mañana, Jesús fue sometido a un duro interrogatorio, golpeado, escupido, burlado, brutalmente azotado, y finalmente condenado y obligado a llevar Su cruz hasta su propia crucifixión. Fue clavado de las manos (o de las muñecas) y de los pies a la cruz y lo dejaron colgado durante horas antes de morir.

Las siete palabras de Jesús

“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.”

“En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

“ Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: – Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: – Aquí tienes a tu madre.”

“Hacia la hora nona Jesús clamó con fuerte voz: – Elí, Elí, ¿lemá sabacthaní? – es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

“Tengo sed”.

“Todo está consumado.”

«Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu». Habiendo dicho esto, expiró.

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